Hoy me atreví a mirar en mi pasado y descubrí que en lo más profundo, mis raíces están atadas al infinito contemplar de una savana que bañada por el sol brilla verde y florida. Que estoy enamorado de las interminables mañanas que fueron suficientes para despertar en mi lo que soy hoy.
Descubrí que Crecí un mediodía en que la brisa me susurraba al oído el canto de los tomeguines y las palmas me miraban mientras me recostaba en un tronco seco del árbol que como mi abuelo descansa vivo y eterno.
Suplique ser dueño del tiempo para detenerme en mi niñez y contemplar el pelo negro de mi madre que ondea de un lado a otro impulsado por el seguido agitar de su mano en la batea y mirarla como a un gigante que me sonríe desde lo más alto de la vida.
Recordé que en las tardes el horizonte parece un infinito mar naranja cuando se mira con los ojos inocentes de la verdad y que las mañanas aun huelen a leche mezclada con café antes de ir a la escuela.
Vi a mi padre, que desde su lejana presencia me llevaba a conocer en un retrato, la inmensa ciudad que nunca antes había visitado. Una ciudad que progresa a 90 millas de otra que según los que no supieron amarla, se hace pedazos.
Camine por mi Habana, que me muestra lo bueno y lo malo de la vida como la maestra que ve el ir y venir de sus alumnos desde las cuatro paredes de un aula. Me dormí y desperté abrazado por la belleza de Camagüey, que cada julio y agosto con sus manos extendidas me brinda una calurosa bienvenida.
Reviví las noches cuando me perdía contando las estrellas y la luna me recordaba lo interesante que es el mundo. Entendí que abandone el paraíso para convertirme en una marioneta más de esta generación, que valen más los seres queridos y que nunca me gustaron mucho las despedidas.
Elegante